jueves, 10 de diciembre de 2009

Reencuentro


Hebras que caen

Sobre su pelo desteñido

Sobre sus años sin sentido

Caen

Al acecho de quien sepa recogerlos


Sus ojos observan

La llegada prometida

La esperanza abatida

Observan

Añorando que alguien los despierte


Sus labios tímidos se callan,

En silencio meditan,

Nunca gritan

Callan

Esperando ser besados por la misma piel


Sus manos elaboran,

Gran obra de su pasado

Por tanto haber amado

Elaboran,

Por si alguien lo ha olvidado


La nariz siempre olfatea,

Jazmines presentes

Rosas ausentes

Olfatea,

Para reponerlas cuanto antes


Sus dientes siempre muerden,

Las heridas no curadas

Las historias amarradas

Muerden

Para desatarlas como antes


Y todos ellos se ríen,

La miran indiscreta,

La sueñan incorrecta

Ríen

Porque desconocen lo que les puede pasar


Pero ella sigue soñando,

Que su pasado se hace presente

Que alguien escucha lo ausente

Soñando

Que todo aquello será realidad


Hasta que alguien su pelo recoge,

Despierta sus ojos

Besa su piel

La recoge,

Para vivir eternamente lo que nunca sucedió


Y todos ellos lloran,

Los miran apenados,

Los sueñan olvidados,

Lloran

Por no haber juntado antes sus cuerpos fallecidos


Ambos se funden,

En un mismo vuelo,

En un mismo consuelo

Se funden

Para que nunca nadie los separe de nuevo


….♀♂♀♂♀♂….

jueves, 3 de diciembre de 2009

Rezo de Sultanes


Aquellos ojos marrones, extraídos desde el fondo de la Tierra misma, decidieron encenderse hacia algún novato con intereses de negociar, excepto que sin un tratado seguro de comercio. Aunque eran tantas las miradas que recaían sobre su crepúsculo, pocas eran las que se atrevían a ser seducidos espiritualmente por el clamor de su prosa, de sus pardos diamantes hundiendo a toda una humanidad con sus delirios. Aunque este ingenuo decidió por resignarse, aún quedaba el puñado de semillas de un gran árbol, esperando que las húmedas gotas de lluvia les permitan extender sus raíces por las tierras donde mecían su cuerpo.

Aquel nuevo muchacho que fijó su vista en ella con sus profundos ojos carbón, no era más que otro pez atrapado en una gran red, casi invisible a los ojos; aquellos huracanes que visiblemente desaparecen al ojo humano, se rearman continuamente en los terrenos extranjeros, y sin avisar siquiera, que vienen en camino. Tal como lo dibuja la sabia naturaleza, todo comenzó con una simple epopeya de amistad, de risas y gustos plenos que continuó por el camino sinuoso de la fraternidad de un amor infinito, aunque interminable y enmascarado en lo posible; de la misma forma que lo haría Penélope con su Ulises, aquella figura feminista se empeñaba en destejer cada día, lo que ambos construían incesantemente tras la lucha de palabras. Solo que sin la necesidad de ganar tiempo para que regrese su Ulises, pues jamás pudo existir.

Esta mujer, cautiva incluso de su vida familiar, sabía que lo que para el resto era la transparencia cristalina de los sucesos hecha persona, identificada incluso por aquella idea central tan popularmente conocida: amar y ser amado por otra persona. Para ella toda aquella situación era el infierno reducido al polvo, que asfixiaba sus pulmones discerniendo sobre su confuso futuro, intoxicándola incluso de la realidad que vivía y de la postura que debía tomar para el asunto.

¿En donde comenzarían los temores? ¿Sería en aquel ocaso donde decidía poner fin a sus tejeduras y arraigarse a su pena más innoble? Aquellos riesgos que se negaba afrontar, eran la principal causa de sus decadencias psicológicas, sociales, e incluso físicas. Un completo estado de enfermedad permanente que nadie puede tratar, siquiera, de disimular un poco.

Yo recuerdo las manos de aquél, entrelazando los ideales que ella se privaba, aún cuando de rodillas ante su espíritu pleno, él le pidió una respuesta contundente. Si, lo recuerdo demasiadas veces. Recuerdo además, cuando le susurraba al oído poder terminar con aquel amor clandestino; pero ella parecía ser sorda a los sentimientos, y de esta forma poder continuar persistiendo con sus ya gastados pretextos, aún sabiendo que solo darían como fruto la pérdida de tiempo y el incremento de dolor para sus corazones.

Aún dadas las circunstancias de incandescencia de los ojos de ella que penetraban en los de el intentando mantener la ceguera, el se decidió por el camino de la resignación, tal como lo haría su antecesor, y lo decidió con más firmeza en el momento final, o uno de los tantos que simulaban reaccionar. Por su parte, ella correspondió contradictoriamente a sus principios morales, y se aferró al silencio verbal de sus sentimientos más predecibles, sin obrar tampoco para conseguir algún beneficio de su persona.

Aquellas llamas que se ocultan bajo el velo de sus ojos penetrantes y su tristeza indescriptible, conservarían la fuerza y la avaricia para capturar a otro convicto, arrastrarlo con su marea hasta el fondo del mar, y girar el mundo tantas veces que sea imposible diferenciar en aquel tumulto, el principio y el final; hasta que le pasen los años sobre sus ojos y se consuma completamente en la nostalgia, recordando, cuantas veces pudo haber amado.

lunes, 30 de noviembre de 2009

Candor


Nos obligan a dejarlo sobre el banco de estudio apenas entramos al aula.

Sin embargo, nosotros solo nos limitamos a mirar cómo los examinan, ya que no tenemos otra alternativa. Les quitan las manchas y los califican, según sus normas, para luego darnos los resultados de la evaluación, aunque lamentablemente siempre son pocos los que logran eximirse, los que terminan aceptando la forma de pensamiento, limitada por ciertas variables.

Sin indagar, cambian las piezas de lugar y las reordenan a su gusto como si fuera un puzle delicado o casi imposible de armar. A veces deciden tirar ciertos fragmentos que consideran problemáticos y colocan en su lugar piezas nuevas, determinantes de nuestro futuro. Todo esto les quita el poco humor que traían al principio; se ponen serios y hasta nos castigan. ¿Somos conejitos?

Todavía no podemos hacer nada, o quizás nunca lleguemos a hacerlo; pues son nuestros padres quienes nos obligan día a día a concurrir a esta fábrica de ideas, a esta cárcel de la vida. Y lo peor es que están seguros de lo que quieren de nosotros, pues también ellos fueron moldeados en la misma escuela, con el mismo sistema educativo; retoños todos del mismo árbol.

Es una lástima, que luego de esta clase, mi cerebro ya piense distinto.

domingo, 24 de mayo de 2009

Muerte ¡Llena eres de gracia!




Me quitaron la guadaña y mi licencia, ¿pueden creerlo? ¡Mi guadaña! Tantos años al servicio de la comunidad para que me la quiten y me den a cambio esta escoba decrépita, para limpiar esas feas habitaciones todos los días del año y todos los años del siglo. Encima me es difícil olvidarme de la guadaña, si hasta hay veces que de dormida agarro la escoba al revés pensando que es mi vieja amiga, hasta que me cae lo tonta cuando ya es tarde.

Ahora que soy jubilada, me hacen lustrar lo que ya está limpio. Si, yo pienso lo mismo, una barbaridad. ¡Si por lo menos las usaran! Hace varios meses que no encienden siquiera un cirio, y lo peor es que los tienen contados por si me decido a gastar alguno. ¡Que miserables! Antes se encendían cada día como muestra de recibimiento a los difuntos, o eso comentaban, pues más parece que el pasado siempre es mejor que el presente y más aún que el futuro.

Encima me da una bronca, porque me la paso limpiando para que no me echen también de este trabajo y resulta que es en vano; ni siquiera me traen un diario. Bueno, es cierto, no tengo ojos pero mi espectro ve, escucha, siente. Cada vez que limpio rezo como jamás lo haría, para que algún difunto aparezca tranquilamente con toda una procesión detrás. ¡Ay! ¡Es tan horrible limpiar todo para no escuchar ningún elogio!
Es como el ama de casa que espera que alguien cercano note lo que ha trabajado durante todo el día quitando hasta el último gramo de polvo, sólo para complacer sus ojos; y que encima estos miren con indiferencia, sin mencionar siquiera que realmente sienten un milagro de pocos segundos al encontrarse todo reluciente. En realidad, el problema es que nunca viene nadie, ya comenzando desde ahí digamos que no puedo criticarlos por si notan o no que trabajo como una yegua; antes, en cambio, era mucho más divertido. Yo iba hacia ellos y les complacía el rostro con un corte definitivo. ¡Si me brillan los ojos de la emoción! ¡Que momentos de gloria, de alegría y de ternura!

Entonces ahí es donde me pregunto: ¿Tanto tiempo desarticulando los huesos de mi cuerpo para terminar así? Que decadencia, cielo santo; vieja, sola y ahuecada, ¿qué peor que eso?

Si bien me han quitado la placa, he decidido trabajar ilegalmente. Ya me cansé. Ahora será la sangre hirviente de los humanos la que entibiezca este lugar, para que quizás algún día alguien reconozca que pude unirlos, en la muerte, pero que pude hacerlo; incluso más que la vida misma.
Sin diferencias, sin resentimientos entre ellos; tan solo un simple silencio y la valoración de toda una persona como si fuera una obra de arte ¡Así me gusta! Después de todo, no dejo de ser una simple viejecita.

FIN


Espero que les haya gustado y que me dejen sus opiniones al respecto para mejorarlo cada dia mas.. =)

Un abrazo

Guillermo E. Tibaldo

sábado, 2 de mayo de 2009

Ameno - Era

Para que puedan disfrutar de la música que nos llega al corazón más cercano, el que nos dice cuales son los verdaderos dotes de nuestra naturaleza.. (= Guillermo Exequiel Tibaldo =)

viernes, 10 de abril de 2009

Rezo de Sultanes


Dedicado especialmente para un gran amigo, quien fue el partícipe de tales sucesos.



Aquellos ojos marrones, extraídos desde el fondo de la Tierra misma, decidieron encenderse hacia algún novato con intereses de negociar, excepto que sin un tratado seguro de comercio. Aunque eran tantas las miradas que recaían sobre su crepúsculo, pocas eran las que se atrevían a ser seducidos espiritualmente por el clamor de su prosa, de sus pardos diamantes hundiendo a toda una humanidad con sus delirios. Aunque este ingenuo decidió por resignarse, aún quedaba el puñado de semillas de un gran árbol, esperando que las húmedas gotas de lluvia les permitan extender sus raíces por las tierras donde mecían su cuerpo.


Aquel nuevo muchacho que fijó su vista en ella con sus profundos ojos carbón, no era más que otro pez atrapado en una gran red, casi invisible a los ojos; aquellos huracanes que visiblemente desaparecen al ojo humano, se rearman continuamente en los terrenos extranjeros, y sin avisar siquiera, que vienen en camino. Tal como lo dibuja la sabia naturaleza, todo comenzó con una simple epopeya de amistad, de risas y gustos plenos que continuó por el camino sinuoso de la fraternidad de un amor infinito, aunque interminable y enmascarado en lo posible; de la misma forma que lo haría Penélope con su Ulises, aquella figura feminista se empeñaba en destejer cada día, lo que ambos construían incesantemente tras la lucha de palabras. Solo que sin la necesidad de ganar tiempo para que regrese su Ulises, pues jamás pudo existir.
Esta mujer, cautiva incluso de su vida familiar, sabía que lo que para el resto era la transparencia cristalina de los sucesos hecha persona, identificada incluso por aquella idea central tan popularmente conocida: amar y ser amado por otra persona. Para ella toda aquella situación era el infierno reducido al polvo, que asfixiaba sus pulmones discerniendo sobre su confuso futuro, intoxicándola incluso de la realidad que vivía y de la postura que debía tomar para el asunto.


¿En donde comenzarían los temores? ¿Sería en aquel ocaso donde decidía poner fin a sus tejeduras y arraigarse a su pena más innoble? Aquellos riesgos que se negaba afrontar, eran la principal causa de sus decadencias psicológicas, sociales, e incluso físicas. Un completo estado de enfermedad permanente que nadie puede tratar, siquiera, de disimular un poco.
Yo recuerdo las manos de aquél, entrelazando los ideales que ella se privaba, aún cuando de rodillas ante su espíritu pleno, él le pidió una respuesta contundente. Si, lo recuerdo demasiadas veces. Recuerdo además, cuando le susurraba al oído poder terminar con aquel amor clandestino; pero ella parecía ser sorda a los sentimientos, y de esta forma poder continuar persistiendo con sus ya gastados pretextos, aún sabiendo que solo darían como fruto la pérdida de tiempo y el incremento de dolor para sus corazones.


Aún dadas las circunstancias de incandescencia de los ojos de ella que penetraban en los de el intentando mantener la ceguera, el se decidió por el camino de la resignación, tal como lo haría su antecesor, y lo decidió con más firmeza en el momento final, o uno de los tantos que simulaban reaccionar. Por su parte, ella correspondió contradictoriamente a sus principios morales, y se aferró al silencio verbal de sus sentimientos más predecibles, sin obrar tampoco para conseguir algún beneficio de su persona.


Aquellas llamas que se ocultan bajo el velo de sus ojos penetrantes y su tristeza indescriptible, conservarían la fuerza y la avaricia para capturar a otro convicto, arrastrarlo con su marea hasta el fondo del mar, y girar el mundo tantas veces que sea imposible diferenciar en aquel tumulto, el principio y el final; hasta que le pasen los años sobre sus ojos y se consuma completamente en la nostalgia, recordando, cuantas veces pudo haber amado.

FIN


Espero que les haya gustado; y más aun espero sus comentarios para conocer la opinión que tienen del mismo..

Saludos y muy buena suerte

Guillermo E. T.

miércoles, 25 de febrero de 2009

"....Esencia de Opresión..."




La autoridad suprema de mi vida fue, desde los comienzos de mi gestación, mi madre. Ella organizaba mis actividades y planificaba a la perfección cada detalle de manera tal de que no exista la mínima posibilidad de desviación hacia mis propios intereses.
Aunque podría parecer que ella era lo similar a un ogro, siempre quise creer que era todo lo contrario dado que se expresaba con una forma de amor y con la existencia de diversos vicios que terminaban logrando lo que ella quería que sucediese. Además aprovechaba esas ocasiones con amenazas superfluas diciendo que me negaría esos vicios si no me comportaba “adecuadamente”. Yo era lo más parecido a una mascota muy bien adiestrada.
Pero la verdad es que muchas veces me molestaba tener que actuar como una marioneta frente a los designios de quien la maneja; me molestaba no poder decidir por mi mismo los gustos que realmente me apetecían. De niño jamás pude quejarme, pues tenía el cerebro lavado y escurrido miles de veces, me faltaba el coraje para enfrentarme a los mandatos que mi conciencia afirmaba como correctos. Incluso muchos años después, en mi adolescencia sufría este desvanecimiento de algunas neuronas capaces de indagar cuestionamiento alguno; actitudes que supongo que también han sido reproducidas por la ausencia de una salida más allá de esa telaraña que tejía mi madre día a día; ni siquiera podía confrontar mis ideas con mi padre porque se retiró de mi vida mucho tiempo atrás, quizás para salir de algún posible dominio que le podría haber generado aquella mujer, tal como conmigo, su esposa. O quizás fue ella que lo sacó de mi vida con el propósito de que no existan interferencias en su “educación”, por decirlo de algún modo. Lo cierto es que la división de estos dos pensamientos me confundía y perturbaba a tal punto que era incapaz de llegar a una resolución concreta.
Cierta mañana, de aquellas en las que la rigurosidad se planteaba normal en mí, mi madre me envió a entregarle una misiva a una de sus amigas, o al menos como así la describía ella porque da la casualidad que más de una vez la escuché decir entre dientes que no era más que “servicio de utilidad”. De todas maneras, no le daba demasiada importancia a sus asuntos más que cumplir con sus órdenes mecánicamente, y acepté resignado el sobre que posó ante mis ojos bajo la explicación de mi madre sobre la dirección correcta a la que debía de entregar su tan ansioso pedido. Antes de irme, me dio un alfajor de chocolate negro.
Tras recorrer por las calles un tanto desoladas por el sol cruel de verano, encontré la residencia que me había marcado mi matrona, e incluso en el jardín del frente a la persona a la cual iba dirigida. La mujer rasgaba entre las plantas para extraer las raíces de mala hierba e implantarse en las manos la entonces efímera tierra con abono para sus rosales, aún húmedo por la cercanía de aguas codiciadas por el hombre, que derramadas en consideración de pretextos recreativos, indujeran a la belleza y cuidado de quien los creaba y mantenía.
Al verme llegar, se levantó con gestos de espera por el motivo al cual yo me presentaba, al parecer sin reconocerme. Al principio no me atrevía a decir palabra, estaba un poco nervioso, y tanto pelo y arrugas me recordaban a algún muerto en una tumba. Y lo peor de todo era la fría timidez de quien elimina de su mente una imagen imaginativa, y lamentablemente, de mayor belleza que la real. Pero titubeando luego, me expresé:
-Hola, disculpe, ¿Es usted..?
-Estela, ¿Por qué?
-Ah.. mi madre le envía esto – y elevando mis manos jóvenes con cierta lentitud, mostré el sobre de papel madera.
Pero no me dijo nada, me indicó únicamente con el movimiento de sus músculos que la siguiera hasta la sala, donde luego esperaría el tiempo en el que ella tardara en quitarse la suciedad de las manos.
Cuando reapareció, me indicó que me sentara en una de las sillas de la mesa, en la cual ella ya había decido utilizar antes de invitarme a hacer lo mismo. Me quitó violentamente la carta de las manos y se puso a leer las letras de tinta negra que mi madre le había dispuesto, mientras yo esperaba en silencio.
La leyó incansablemente, y cuando llegó a los últimos párrafos, mirándome de tanto en tanto de reojo, quizás para asegurarse de mis actividades pasivas en su casa. Después se levantó de su silla haciendo bastante ruido, decidiendo instantáneamente dirigirse a una de las habitaciones; de donde escuché por varios segundos el característico ruido de frascos cuidadosamente decorados de los que al parecer extrajo unos grandes caramelos de miel. Luego me dijo:
-Aquí tienes, dile a tu madre que haré todo lo que esté a mi disposición. Muchas gracias y adios.
Aunque pude entender que era hora de irme, quise prolongar por unos segundos más mi estadía en aquella casa, pues no podía aceptar para mi mismo la actitud que tuvo al terminar de leer la carta. Yo necesitaba saber de que se trataba; quizás mi madre le dijo antes que debía darme los caramelos como una muestra de gratitud, o talvez sucedía que en la misma carta se describía esto. Me aferré más por la segunda opción.
Estela, como veía que no me iba, me señaló con sus dedos incrustados de anillos en donde se encontraba la puerta, al mismo tiempo que dibujaba una sonrisa de agradecimiento porque yo me fuera. Después, se fue al jardín trasero de su casa.
Ni bien me dio la espalda, fijé mi vista en la carta prolijamente doblada sobre la mesa, y me apresuré a tomarla e irme del lugar sin esperar a que volviese, y sin esperar tampoco tener que retornar a la idea de cruzarme con los ojos verdes que plantearían un robo como principio de argumento.
Conocía claramente las opciones que mi madre me permitía, y sabía cuales no, entre las que se destacaban como primera medida las de su privacidad. Pero esto no generó ningún freno a mi objetivo, ya que el gusto por ciertos lapsos de libertad se iban reproduciendo en actos propios de indisciplina para con las órdenes de mi madre. Me senté en un cordón bajo la sombra de un fresno y distribuí la focalización de mis ojos en la amplitud de la carta y comencé a leer:

“Hola Estela. Primero que nada he de disculparme por no presentarme de carne y hueso ante tus ideales, los cuales desde siempre he sabido respetar. Aunque sé que crees conocer adonde apunto, también conozco que crees que lo hago para beneficio propio, cosa que no es verdad. Pero lo cierto es que más allá de ciertas diferencias que forman la discusión eterna, como miembros de la Resistencia todos debemos de ser unidos y formarnos en ayuda cuando así se necesita, incluso en los peores momentos como estos que vivimos.
Pues bien, yendo al grano el asunto es que daremos un golpe en contra de las represalias que imponen el Estado para con los habitantes de este pueblo, para lo cual necesitamos de gente que participe, y de alguien que tenga el caudal suficiente de dinero para crear volantes y así poder avisarles a los demás que viven aislados de este mundo.
Yo no puedo moverme demasiado porque creo que me están observando, incluso hablar por teléfono se convierte en una decisión peligrosa, tanto para ti como para mi, y quien sabe para cuantos otros mas.
Tengo la suerte de haber entregado mi cuerpo una noche a un inútil que escapó de mi vida rápidamente enhorabuena, pues me permitió gobernar sin problemas el espíritu de nuestro hijo, cegándolo con sobornos propios de una buena madre que agradece su buena voluntad. Y fíjate además como es él quien nos da la posibilidad de que todo esto funcione y no acabemos nosotras sumergidas en un abismo. ¿Quién desconfía acaso de un niño con cara de inocente? De última, si llegara a caer, no es tan grave como si cayéramos nosotros. No te olvides, antes de darle las gracias y despedirte de mi hijo, darle además alguna porquería para que esté contento.

Saludos de mi Parte

Romina”


Sus palabras hirientes como eternos puñales se acercaban a mi vida como una desgracia de la cual no hay retorno. La falsedad de mi madre para conmigo incluida en mi memoria con cada una de sus ofrendas de agradecimiento, y mas aún el insulto hacia mi padre de una persona que modificaba los pensamientos, lograron que me aferre a la actitud tomada por mi él en alejarse de mi con toda la razón de mundo. Perdí la poca confianza, ternura y amor que le tenía a mi madre, colmando el vaso de agua y precipitando hacia el suelo los alivios de una verdad.
Regresé a mi casa y le entregué el mensaje de Estela a mi madre, la que ya me esperaba afuera con una sonrisa de bienvenida, estirada con la misma fuerza que su falsedad, y con otro alfajor que rechacé indicándole que me dolía un poco el estómago. Aunque se asombró por mi rechazo, se alegró al mismo tiempo de que todo marchara según sus planes.
Yo, por mi parte, me acosté a dormir sin decir nada, y me levanté a la madrugada de la cama que no había escuchado mis sueños caminar, y fui lentamente al dormitorio de mi madre. La observé, hundía sus párpados en un profundo sueño cargado de glorias y triunfos. Después de asegurarme que estaba bien dormida, tranqué las persianas de las ventanas, desde adentro con la traba propia, y desde afuera con maderas adecuadas para tal faena.
Luego encendía ciertas partes del dormitorio y cerré con llave la puerta, la que quité del cerrojo para analizar el panorama; el fuego comenzaba a propagarse con gran rapidez y el calor se percibía enorme, incluso tras la puerta. Pero mi madre seguía durmiendo.
Noté además, que cuando ya las llamas envolvían su cuerpo, se elevaban unos flujos de vapor rojo que abundaban en todo el ambiente girando en circulo lentamente, quizás por la presión del fuego.
Atontado por el calor y previendo que se quemaría toda la casa, me fui desesperadamente dejando tras de mi la cárcel de mis enseñanzas.
Sin darme cuenta, la nube rojiza me estaba persiguiendo; ciertamente me había equivocado de muerte; el fuego quema las manos, la carne, incluso los huesos haciéndolos cenizas. Pero la sangre insiste y espera, hasta encontrar su dominación eterna.


FIN

jueves, 19 de febrero de 2009

Elixir Eterno

Somos una simple palabra, simples nombres que guardan una vida tradicional en quienes nos dieron un principio en base a sus orígenes, aunque no sabemos aún cual es esa palabra. Lo que si sabemos, es que jamás fuimos la típica pareja urbana que actualiza sus comportamientos en base al modo que presentan aquellos gigantes de la comunicación; es más, directamente vivimos en el campo, para no recibir influencias tan directas de quienes ni siquiera conocemos, y de quien ni siquiera nos conoce. De esta forma, conservamos aquellas tradiciones y costumbres que nos transmitieron desde pequeños nuestros padres, siendo muy diferentes a las de la sociedad actual, contaminada por diversos espacios de todo el planeta.

Pero yo no estaría en aquella casa acogedora, disfrutando el sonido especial de los cardenales en las mañanas y el de las calandrias en las tardes, sino fuera por aquella mujer que conquistó mi alma, mi espíritu, mi mundo entero. Aún conservaba su extraordinaria silueta, aquella belleza tan particular proveniente de su madre, con los rasgos italianos aún intactos, floreciendo desde sus ojos la plena felicidad; y debo decir que esta belleza que poseía, tanto externa como interna, eran para mi como el flujo de viento fresco cuando se ha pasado toda una jornada de pesado calor, aquel sentido permanente y fugaz que me corría por las venas con tanto júbilo, predisposición y franqueza de la misma forma que ella conmigo. A veces pienso que fue algo demasiado casual nuestro encuentro, demasiada coincidencia en cuanto a gustos, placeres, motivaciones, e incluso angustias y preocupaciones; quizás también por eso podemos compartir con confianza lo que nos ocurre por la mente, sin sentimientos de culpa ni de vergüenza.

No estamos aislados en un universo distante, estamos tranquilos viviendo bien, sin agobios ni pesares en lo que permanece de nuestras vidas y nos induce a pensar que cada día nuestras almas se rejuvenecen, o por lo menos mantienen las energías incansables de aquella juventud. Además nos relacionamos sin problemas con otras personas que también viven en el campo, sea por la tranquilidad producida por el alejamiento de lo urbano, o por la simple razón comercial que obliga su estadía para poder producir sin inquietudes de pérdidas; aunque en fin, de a poco todos nos acostumbramos a una forma de vida.

Así como vivimos muy bien emocionalmente, tenemos ciertas tierras que nos permiten estabilizarnos en un punto medio, visto económicamente entre bajo, medio y alto; lo cual nos permite adquirir ciertos animales para la granja, los alimentos, como así también comprar las semillas para las siembras de cada etapa del año. Aún así, no nos podemos permitir aún el lujo de trabajar con tractores y maquinarias que nos podrían resolver gran parte del tiempo, pero que aunque siempre nombramos como posibles adquisiciones futuras, tampoco nos desesperan. Tenemos tan solo algunas hectáreas, y muy pocas las dedicamos al cultivo.

Tanto mi mujer como yo nos propusimos desde el principio aquellas tierras producto del trabajo de nuestros antecesores familiares, tratando de sacarle el mayor provecho posible, sea con animales o con los mismos cultivos. Generalmente utilizábamos los residuos orgánicos de estos animales para abonar la tierra, lo que nos ahorraba mucho dinero en fertilizantes, aunque a veces resultaba contra restante en cuanto al tiempo; pero si analizamos las veces que sembrábamos por año, se notaría fácilmente que estamos hablando de unas tres o cuatro veces, lo que además de no ser siempre las mismas plantaciones permiten que la tierra trabaje sin problemas, sin cansarse. Los pastos naturales que crecían les ofrecían además una alimentación sana y equilibrada.

Los productos que obteníamos eran básicamente para nuestro propio consumo aunque los disponíamos en numerosas ocasiones para ser rentados en caso de que nos viéramos en la necesidad, principalmente en el caso de los animales, porque en épocas reproductivas aumentaba el número y por escasez de tiempo, espacio y costos monetarios no podíamos atenderlos a todos; aunque a pesar de esto habíamos destinado gran parte de la lana que provenía de las ovejas para cubrir estos gastos alimenticios y cuidados mínimos de salud, de manera de no correr el riesgo de perder animales teniendo la posibilidad de estos beneficios actuales.

De todas maneras estas ganancias realmente eran merecidas, pues trabajábamos de sol a sol para ganarnos el pan de nuestras vidas, aunque siempre disfrutando de cada avance y aprovechando de aquel tiempo que nos hacíamos para disfrutarlo. En estos momentos libres, yo solo me recostaba en mi hamaca y observaba la naturaleza, feliz de estar cumpliendo con el objetivo de mi vida, y aunque yo no lo notaba, mi esposa siempre decía que en esos momentos yo sonreía; luego me quedaba profundamente dormido. En cambio mi esposa, que no desaprovechaba ni un momento, en esos ratos hilaba la otra parte de la lana, cosa que le producía un enorme placer sentimental, ya que le recordaba cuando su madre le enseño por primera vez esta técnica. Si bien requería de una gran concentración y una habilidad manual importante, sus manos suaves condecoraban la prolijidad de sus hilos, que luego utilizaba para tejer muchas de las vestimentas que usábamos en invierno con sus respectivos colores naturales; amaba las ovejas y sus lanas como a su propio nombre, y le producía un gran orgullo ver sus trabajos terminados en nuestros cuerpos. A mi me invitaba cortésmente a acceder a esa vanidad femenina que aportaba mi esposa en todo momento.

Habíamos dejado de ir a la iglesia, porque nos juzgaban por nuestras ropas y formas de ser; siempre en silencio y disimulando sus lenguas venenosas para no morderse ellos mismos; pero cuando estaban frente a nosotros sonreían como si nos conocieran de toda la vida. Se devoraban entre los comentarios más horribles acerca de personas ajenas a sus entornos familiares, por lo que no sucedía solo con nosotros, al que le decían algo del otro, seguro que después sería comentario en su propia familia; la falsedad era abundante, como las lluvias. Supongo que fue la causa principal de nuestro alejamiento repentino de la sociedad, en busca, no de lo “antisocial” como lograron conducir con sus cuerdas vocales entre festejos burlones, sino sencillamente de objetivos que nos llevaran a una real tranquilidad. Gracias a Dios éramos con mi mujer el tal para cual.

Los libros que leíamos como pasatiempo en ciertas ocasiones de lluvia o malestar climático, no eran específicamente novelas y cuentos, sino más bien libros de enseñanza hacia ciertos labores del campo que la hermana de mi esposa, que en paz descanse, nos había podido conseguir para resolver ciertas inquietudes de mejoramientos, producto del estudio científico en estos aspectos. Claro no eran quizás los mejores escritos, pero nos enseñaban bastante.

Nuestros propios familiares, de ambos bandos, se fueron dividiendo entre ellos mismos seducidos por el poder beneficiario de algunos, o más tristemente por la situación irreversible de encontrarse en el momento de tener que partir al otro mundo, lo cual no era nada inusual en años anteriores. Tampoco teníamos hijos, pues si bien en el trabajo del campo hubieran sido muy útiles para aumentar las posibilidades de crecimiento, muchas de las cosas que hacíamos era manualmente y tanto yo como mi mujer habíamos pasado por eso: ningún niño entiende la razón del trabajo, y es tan difícil de entender que muchos los someten sin saber que cuando ellos estaban en su lugar, no podían soportarlo. Tal vez continúan muchos con ese método por pensar que ellos lo superaron, entonces sus hijos deben actuar como tal. No, no era el momento adecuado para tener hijos. Además aún teníamos tiempo, yo siempre quise que ellos estudien y así manejar más inteligentemente las tierras que les dejáramos, si es que el campo les interesase, pues no tenía ningún motivo para privarlos de su libertad educativa, tan solo hacerles notar las diferencias entre tenerla y no tenerla. Yo, por ejemplo, hice la primaria y unos años de la secundaria, al igual que mi esposa; pues en aquellos momentos el estudio según nuestros padres, era pérdida de tiempo en el campo, así que estudiábamos y trabajábamos al mismo tiempo.

En cuanto a nosotros como pareja matrimonial, nos alimentábamos bien, porque nosotros éramos los que cocinábamos los alimentos, o más bien, era mi mujer la dichosa de esas grandes virtudes de cocina, vaya que siempre cocinaba variado: carnes, verduras y ensaladas, y claro que nunca faltaba el tradicional plato de puchero como entrada, tanto en el almuerzo como en la cena. También comprábamos algunas hierbas medicinales que no podíamos tener en nuestra casa por ser de difícil acceso, aunque de gran utilidad. Mi abuelo siempre decía “No las olvides, porque en caso de emergencia te pueden ser de gran utilidad”. El siempre argumentaba que aunque el poder curativo de estos yuyos era muy grande, a veces hacía falta una implementación de inteligencia en lo que se hacía; según su teoría cuando alguien enfermaba no bastaba solo con una infusión de la hierba necesaria, sino que además de lo que realmente la podría hacer reconstruir sus órganos funcionales, la propia alegría de un gusto. Por eso, cuando alguno de nosotros nos daba la gripe o teníamos un dolor de estómago, el se aparecía con su eterna alegría a reconfortarnos con lo que a nosotros nos gustaba, como sus lindos cuentos. Y la verdad es que realmente sanábamos sin siquiera sentir los dolores.

Pero esta vez, le tocó a mi esposa. Ella se enfermó, como nosotros de niño. No sonreía y le dolía mucho la cabeza. En realidad ella no podía expresarme claramente sus dolores, pues notaba que además se tocaba el estómago, como si tuviera hinchazón. La alimenté varios días con una dieta basada únicamente en verduras y frutas, e incluso le hablaba de nuestros cultivos, de las ovejas que tanto le gustaban, pero eso no mejoró las cosas, todos sus sentidos estaban congelados excepto los que sentían dolor. También intenté por separado con algunas hierbas medicinales pero me encontraba ante la misma respuesta del principio, o quizás peor pues mi esposa comía cada vez menos. Decidí llevarla al pueblo, aún bajo el disgusto que me provocaba cruzarme con aquellas gentes: era mi esposa, el amor que juré proteger hasta la muerte, sea lo que fuese aquello a lo que me enfrentara.

Debía atravesar aquella barrera nuevamente y esperar, y como siempre, los dedos despectivos que nos señalarían ni bien entremos por la primer calle. Aunque sabía que a veces en el fondo me dolían sus actitudes, ya era lo suficientemente maduro como para darme cuenta de que solo eran números inescrupulosos con un poder que ellos mismos se habían dado, razón con la que justificaron siempre sus actitudes cuando alguien les cuestionó. En el fondo de sus almas se esconden desde siempre estas suciedades, que tarde o temprano, absolverán ante el poder que demanda Cristo rezando por sus vidas, siendo incluso inútil confesar por saber hasta ellos mismos que volverán a cometer los mismos pecadas, aunque bajo el concepto de que pueden absolverse nuevamente con el perdón de su Iglesia.

En el Centro de Atención Médica dejé a mi esposa en manos de un estudiado en el Cuerpo Humano, que seguramente entendería como resolver su problema para su recuperación. La instalaron en una sala, colocándole sueros y recetando ciertas inyecciones tras examinar su estado físico. El médico me indicó que la examinarían detenidamente para analizar el comportamiento de sus sistemas y así poder determinar su estado de salud.

Todo un largo mes estuvo mi esposa sedada y con pastillas en las venas, mientras que cada animal y cultivo desaparecía uno a uno para pagar los gastos médicos que curarían su enfermedad, como me indicaba el doctor. Pero atrozmente no mejoraba su salud, más por el contrario, empeoraba. Aquel médico que tanto me hablaba con palabras difíciles de recordar me terminó diciendo que se atenían a un problema sin solución, del cual solo se podía esperar una despedida, muy posiblemente sin uso de diálogo ni besos de recuerdo.

Ella había adelgazado, y se dormía más tiempo. Estaba siempre con sueño, agobiada, le faltaban energías ¿Qué haría sin su presencia? ¿Qué haría yo con su partida? No me importaba quedarme en quiebra, vendería hasta mi alma con tal de que hubiese alguien que la salvase, pues no me cabe la mínima duda de que ella hubiera hecho exactamente lo mismo, aunque seguramente mejor.

Arrimé una silla junto a nuestra cama y entrelacé mis dedos callosos, los froté hasta calentarlos. Ojeaba a mi mujer de vez en cuando sin encontrar causas, tan solo consecuencias imprevistas para ambos, incluso para su tierna belleza interna. Cerré los ojos apretándolos fuertemente e intenté pensar como lo haría mi propio padre, mi madre, los dos juntos. Traté de encontrar una solución como si el mundo exterior no existiera; el pueblo, la gente, los médicos ¿Qué se podía hacer?

Recordé entonces a mi abuelo, la gran figura amorosa que se representaba en todas sus formas, recordé lo de las hierbas y los gustos de cada uno que ayudaban a mejorar. Aunque intenté arduamente prometerme una respuesta, yo sabía que las hierbas digestivas no habían funcionado, quizás porque eran insuficientes y no era aquel simple dolor estomacal que había creído yo al principio: Depurativos de la sangre, del cuerpo, digestivos, purificadores de la memoria, calmantes. Tantas aplicaciones para el ser humano, y ningunas funcionaron en su cuerpo. ¿Qué cosa sería tan importante como salvar, con los gustos, la vida de mi esposa? Comencé a creer que ya no había razones para considerar una esperanza, así que busqué en el armario de nuestro dormitorio las lanas de mi mujer, quería que las sintiera al menos por última vez. Había de varios colores, y realmente conservaban la suavidad de la piel de mi esposa; metí mis narices en ella, y el olor a las ovejas me hizo recordar viejas imágenes, entre las que estaba mi abuelo, en una de ellas. Pero antes de pequeño no teníamos ovejas, fue una rara sensación que me contuve en cuestionarme demasiado, había algo más importante que hacer. Ella apenas estaba despierta, parecía no haber dormido toda la noche; le hablé con dulces palabras y le puse un ovillo de lana en sus manos. Apenas hubo contacto con sus finos y delicados dedos, ella abrió los ojos rápidamente como provista de una energía, pero los volvió a cerrar unos segundos después. Le quité las lanas y me fui hasta la cocina

Como aquellas chispas que surgieron en los comienzos del descubrimiento del fuego, una nueva idea brotó y se esparció por mi cerebro, le prepararía una infusión de hierbas medicinales, pero todas juntas, sin importar lo que decían sobre sus aplicaciones; al fin y al cabo no sabía a que calmantes atenerme para el dolor. Esperé que el agua de la olla hirviera, luego apagué el fuego que la calentaba y coloqué todas las hierbas que tenía en mi casa, y agregué, además, el ovillo de lanas, que estaba aún sin lavar.

Desperté a mi mujer suavemente y le insistí tranquilamente en que tomara aquel conjunto de extractos. Tomó, aunque con esfuerzos, una gran taza del mismo. Pasó el tiempo, creo que unos minutos; aunque no estoy seguro pues todo me mareaba de nervios en esos momentos.

Mi esposa terminó cerrando sus ojos, exhalando un raro suspiro. No abrió de nuevo los ojos, mientras yo esperaba una dulce palabra suya frente a mi oído, percibiéndose nada más que su voz en todo el entorno. Me arrodillé frente a la cama y lloré despiadadamente, como cuando era un niño y me privaban de jugar. Hacía mucho que no recordaba estar así, no recordaba la última vez que había llorado.

Más para mi sorpresa, mi esposa se levantó de la cama mirándome correspondida. Luego nos sumergimos en un cálido y fuerte abrazo, como aquella primera vez que nos entregamos nuestro amor. Mi abuelo tenía toda la razón.

FIN