jueves, 3 de diciembre de 2009

Rezo de Sultanes


Aquellos ojos marrones, extraídos desde el fondo de la Tierra misma, decidieron encenderse hacia algún novato con intereses de negociar, excepto que sin un tratado seguro de comercio. Aunque eran tantas las miradas que recaían sobre su crepúsculo, pocas eran las que se atrevían a ser seducidos espiritualmente por el clamor de su prosa, de sus pardos diamantes hundiendo a toda una humanidad con sus delirios. Aunque este ingenuo decidió por resignarse, aún quedaba el puñado de semillas de un gran árbol, esperando que las húmedas gotas de lluvia les permitan extender sus raíces por las tierras donde mecían su cuerpo.

Aquel nuevo muchacho que fijó su vista en ella con sus profundos ojos carbón, no era más que otro pez atrapado en una gran red, casi invisible a los ojos; aquellos huracanes que visiblemente desaparecen al ojo humano, se rearman continuamente en los terrenos extranjeros, y sin avisar siquiera, que vienen en camino. Tal como lo dibuja la sabia naturaleza, todo comenzó con una simple epopeya de amistad, de risas y gustos plenos que continuó por el camino sinuoso de la fraternidad de un amor infinito, aunque interminable y enmascarado en lo posible; de la misma forma que lo haría Penélope con su Ulises, aquella figura feminista se empeñaba en destejer cada día, lo que ambos construían incesantemente tras la lucha de palabras. Solo que sin la necesidad de ganar tiempo para que regrese su Ulises, pues jamás pudo existir.

Esta mujer, cautiva incluso de su vida familiar, sabía que lo que para el resto era la transparencia cristalina de los sucesos hecha persona, identificada incluso por aquella idea central tan popularmente conocida: amar y ser amado por otra persona. Para ella toda aquella situación era el infierno reducido al polvo, que asfixiaba sus pulmones discerniendo sobre su confuso futuro, intoxicándola incluso de la realidad que vivía y de la postura que debía tomar para el asunto.

¿En donde comenzarían los temores? ¿Sería en aquel ocaso donde decidía poner fin a sus tejeduras y arraigarse a su pena más innoble? Aquellos riesgos que se negaba afrontar, eran la principal causa de sus decadencias psicológicas, sociales, e incluso físicas. Un completo estado de enfermedad permanente que nadie puede tratar, siquiera, de disimular un poco.

Yo recuerdo las manos de aquél, entrelazando los ideales que ella se privaba, aún cuando de rodillas ante su espíritu pleno, él le pidió una respuesta contundente. Si, lo recuerdo demasiadas veces. Recuerdo además, cuando le susurraba al oído poder terminar con aquel amor clandestino; pero ella parecía ser sorda a los sentimientos, y de esta forma poder continuar persistiendo con sus ya gastados pretextos, aún sabiendo que solo darían como fruto la pérdida de tiempo y el incremento de dolor para sus corazones.

Aún dadas las circunstancias de incandescencia de los ojos de ella que penetraban en los de el intentando mantener la ceguera, el se decidió por el camino de la resignación, tal como lo haría su antecesor, y lo decidió con más firmeza en el momento final, o uno de los tantos que simulaban reaccionar. Por su parte, ella correspondió contradictoriamente a sus principios morales, y se aferró al silencio verbal de sus sentimientos más predecibles, sin obrar tampoco para conseguir algún beneficio de su persona.

Aquellas llamas que se ocultan bajo el velo de sus ojos penetrantes y su tristeza indescriptible, conservarían la fuerza y la avaricia para capturar a otro convicto, arrastrarlo con su marea hasta el fondo del mar, y girar el mundo tantas veces que sea imposible diferenciar en aquel tumulto, el principio y el final; hasta que le pasen los años sobre sus ojos y se consuma completamente en la nostalgia, recordando, cuantas veces pudo haber amado.

No hay comentarios: