Hace tiempo que descubrí que se escondía cuando yo me le acercaba, para gozar de su grata presencia. Aunque quería creer que la olvidaría con el tiempo, en el fondo mi angustia cada vez era mayor y me invadía una eterna nostalgia al pensar en ella. Quizás fue por el esfuerzo desmedido en conseguirla.
Pero el tiempo pasó, y no se quién de nosotros se olvidó primero; lo cierto es que cuando asomó la luna por mi ventana, rellena y golosa, vi en mi lecho su curvado cuerpo dispuesto a ser mío por unas horas, capaz de entregarme mucho más de lo que deseaba. Su mano transparente, como la de los fantasmas, tocó mis mejillas y pareció comprender la sensibilidad y paciencia que albergaba en mi corazón. No duró más que esa noche, pero jamás dejé de amarla como lo hice la primera vez.
Aquel amor oculto, fue más fuerte y modesto que la pasión encontrada en la carne, tal vez porque se hizo más prudente bajo el velo que protegía a sus amantes, o quizás, porque el silencio de sus cuerpos les permitió amor eterno.